Estaba en la estación de Goverment Center y un joven se percató de repente de lo mismo que hacía pocos segundos se robaba mis miradas, una mujer promedio pero con unos excepcionales zapatos calados de tacones aguja, esperaba el metro con dirección a Dadeland. Lo inverosímil fue que el muchacho en un impulso absurdo para cualquier persona promedio, tiró sus cuadernos al suelo muy cerca de la mujer y al agacharse se quedó mesmerizado ante los provocativos pies. La mujer se dio cuenta y empezó a hablar una serie de groserías y se retiró de la estación del tren. El chico se levantó y con nerviosismo evidente miro a uno y otro lado y pronto también desapareció de mi vista.
Durante todo ese día recordé el asunto, y me dije a mi mismo si alguna vez podría llegar a ese extremo, a esa compulsión inevitable de postrarme ante los pies de una mujer. Hasta el día de hoy trato de manejar sobriamente ese gusto que para el resto está en el rango de excéntrica exquisitez o lastimosa perversión. Está claro que en mi caso el asunto del fetichismo podal jamás ha optado por preferir la parte por el todo, es decir cuando veo a una mujer es inevitable –de encontrase descalza o convenientemente trepada sobre unos bellos zapatos- que mi ojos posen su mirada hacia abajo, pero siempre me tomo el tiempo en descubrir sus otros encantos.
Hagamos ahora un poco de historia. Si hay una cultura que hizo suya la devoción más grande que se conoce al pie femenino esos fueron los chinos, que por algún momento denominaron a los pies el Loto Dorado. Se sabe que la tradición de vendar los pies a las niñas pre púberes para pasmar su crecimiento fue una costumbre que data más o menos del siglo X. También se sabe que los resultados en cuanto a dimensiones eran efectivos pero en cuento a morfología podálica eran monstruosos. De esa lejana época nos quedan diminutos zapatos y un legado de leyendas populares, - una cuenta sobre una joven virgen que quedo embarazada al posar su bello pie sobre una de las huellas de Dios- de ilustraciones de erotismo podofilico y poesía en honor al fetiche. Y para hacer justicia y como buen observador o fisgón puedo concluir que un pueblo que en general siempre ha tenido el favor divino de poseer bellísimos pies femeninos es la raza asiática, que a diferencia de la anglosajona, la africana o la indígena tienen como regla ser grandes y poco armoniosos, existen excepciones por supuesto.
Casi doscientos años después (1927) el padre del psicoanálisis Sigmund Freud escribe su texto sobre el fetichismo, y a partir de ahí se trata de explicar el fenómeno de la podofilia. La cosa es “simple” cuando un niño es reprendido o muestra alto grado de timidez es natural que agache su cabeza y poco a poco asuma cuasi como una impronta el pie de su represor. Ya cuando la sexualidad despierta aparece la fijación a los pies como un recuerdo inconsciente de esas intensas experiencias infantiles de opresión. Ya más recientemente Vilayanur S. Ramachandran especialista en la neurología de la conducta ha descubierto que en el cerebro las zonas responsables del pie y de los genitales son vecinas en el área del cortex somático sensorial y por lo tanto en algunas personas esta vinculación es más palpable que en otras.
La explicación de la moderna sexología sobre el asunto refiere que el pie es el miembro del ser humano que tiene más curvas y complejidad geométrica, lo que haría que el hombre figurara el cuerpo entero en el pie y además también existe el elemento del olor que lo asemeja a los genitales. En fin un sinnúmero de teorías cada cual más compleja que otra, pero que quise exponer si algún amante del pie femenino estuviera interesado.
Cuando te pones a navegar por la red. Algo que sorprende es la innumerable cantidad de páginas que están dedicadas al fetichismo podal, lo cual te hace suponer que este gusto no es tan minoritario como se cree, sino que hay un importante número de caballeros que siempre estarán a los pies de cualquier bella mujer.
Últimamente el termino parcialismo podal es el que se usa para definir la variante erótica. También aprovecho esta ocasión para mostrarles una foto del recuerdo en uno de mis momentos más felices desde que llegue a este país, cuando ejercía libremente el oficio de lustra botas y todavía soñaba con tener el odiado empleo de Al Bundy.
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